Viernes 16 de septiembre - 9:00 p.m.
FIESTA (IN)DEPENDENCIA DE MEXICO CON EL GRUPO MEXICOCOLOMBIA
De un diario intervenido
La historia de este disco es larga, más larga de lo que habríamos podido imaginar. Y también es como una película de carretera, de esas donde un día cualquiera, sin cartografías premeditadas, un tipo sale a buscar algo y emprende una aventura azarosa, sin más norte que un amor atravesado, unos pocos nombres anotados en una vieja libreta y la intuición, esa vieja consejera del vagabundaje.
Allí, parado en un lugar que tal vez sólo conocía en los ensueños de una mujer, Carlos Cuevas peregrinó ese lugar de Colombia donde la cumbia nació hace muchos años, resultado de un cruce fortuito entre negros, indígenas y españoles.
Sin presunciones altruistas, más bien guiado por la necesidad de conocer los vestigios más primitivos de un ritmo que hoy ya es patrimonio mexicano y latinoamericano, Cuevas cogió camino, llegó hasta Santa Marta y compuso varias de las piezas que se incluyen en esta grabación. De esta ciudad costera siguió a Barranquilla y luego a Montería, capital del departamento de Córdoba donde conoció el porro en su estado natural y grabó junto a una Banda Juvenil esa descarga de metales (tan cercana en sonido a las fanfarrias balcánicas y a las bandas de Nueva Orleans) que sólo es posible encontrar en San Pelayo, una pintoresca población sabanera muy cercana a Puerto Escondido donde se topó con el bullerengue, al que Cuevas le encontró cercanías misteriosas con el son jarocho. Pero fue más allá y se internó en zonas golpeadas por la violencia.
Con más inocencia que osadía, el músico arribó a Sincelejo, se animó a juntar la cumbia de gaita con la sonidera y pudo visitar Ovejas, cuna de gaiteros legendarios.
A mitad del periplo, hizo una parada obligada por Cartagena, platicó con Justo Valdés y llegó a San Basilio del Palenque donde la herencia africana aún hoy, después de más de cuatro siglos, se mantiene incólume en un tiempo de caníbales, pobreza y olvido.
El destino final de la aventura sería Bogotá donde el viajero mexicano se estrelló con una música esquizofrénica, rota en mil fragmentos. Desde el intento casi antropológico de asumirla en sus formas tradicionales hasta complejas maneras en las que el rock, el jazz, la música experimental y la electrónica han mutado de la mano de estos ritmos centenarios, Cuevas confirmaría que dichos ritmos y voces no son tan puros como algunos han intentado mostrarlo y que por fortuna, desde la ciudad, han adquirido matices propios y particulares que los hacen definitivamente contemporáneos…
Estamos pues frente a un disco que es una suerte de diario intervenido por el capricho del destino y los cruces de caminos. Es, también, una carta de navegación que nos transporta al presente y a un pasado donde las sombras de Pelón y Marín, junto a la de Luis Carlos Meyer emergen nítidas para avisarnos que somos pueblos que desde hace muchos años dialogan, más de los que parecieran en la ficción de la historia.
Luis Daniel Vega
Bogotá, 30 de septiembre de 2010
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En el corazón de La Candelaria, historia y cultura de Bogotá
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